El otro día un amigo me acusaba de haber estado un poco frío con el Madrid, tras su victoria con el Milán. Hoy puedo explicarle por qué: porque hubiera deseado, a partido resuelto, una actitud como la de anoche, ese genio, esa rabia, ese deseo por competir, por agradar, por marcar el mayor número posible de goles. Desde luego que el Milán no es el Racing, pero la actitud tampoco fue la misma. El Madrid se debe una goleada ante el Milán, algo que vengue en la distancia aquel 5-0 que se comió La Quinta del Buitre en San Siro. Debió intentarlo el martes, porque este equipo está para cosas grandes.
Contra el Racing, el Madrid no tiene agravios, a no ser que admitamos que un uniforme como el que sacaron anoche merece severo correctivo. Más bien tiene motivos de agradecimiento, por tantos jugadores cántabros que han contribuido a la mejor historia del club. Y sin embargo, ayer sí se lanzó el Madrid por la pendiente que le abrían las facilidades ofrecidas por Portugal, y jugó con el ahínco desesperado de las viejas noches europeas. Alguien que pusiera la tele en el minuto 80 sin saber el resultado y viera el tono febril de cada acción de cada madridista, hubiera pensado que el marcador estaba en empate.
Fue un vendaval. Lo favoreció la defensa adelantada de Portugal, cinco y mal coordinados, a cuya espalda galoparon Higuaín y Cristiano cazando goles en la pradera. Higuaín se quedó en uno, Cristiano alcanzó los cuatro y ya es pichichi, con nueve, a no ser que hoy alguien se desmande. Ha comprobado, para bien, que las jugadas que antes malbarataba chutando desde cualquier lado ahora maduran y le vuelven convertidas en ocasiones de verdad. Total, el Madrid es líder con veintidós goles a favor y cuatro en contra. Y gusta. Ya gusta más incluso que el Barça, al que se le atascan algo las marchas.